sábado, noviembre 10, 2012

¡Fuerza canejo!


Entre tangos transcurrió buena parte de mi vida. El responsable, el viejito de la sonrisa dulce. El Toto.

Estar en cualquier lugar de su casa, respirando tanta vida y tanta sabiduría. Riendo con Paisa y admirando en ella tanta vida, tanto empuje, tanto amor.

Acariciando ensueños con suspiros de estos dos viejitos de sienes plateadas. Declamando al hijo de Buesa, pero también dejando claro que Mano a mano hemos quedado.

Mientras intentábamos empatizar con lo melancólicas que pudieron ser algunas noches de Papá en París, y pidiendo regresar a Caracas, porque la muerte podría alcanzar a cualquiera en algún lugar cerca del Barrio de Montmartre, sin respirar de nuevo ese Ávila que todo caraqueño anhela.

Cantamos varias veces a las corridas de caballos y a como por una cabeza todas las locuras eran posibles. Y sí, el mundo fue y será una porquería.

¡Pero qué felices fuimos! Me recuerdo explicando al viejito que tanto idolatré, qué entendía de aquellos libros de Bentacourt y de Mao. Qué quería decir según yo eso de sembrar el petróleo de Uslar. Claro, yo realmente no entendía un canejo de todo aquello, pero el viejito me miraba y sonreía, me dejaba claro lo importante, me reubicaba, pero me dejaba libre en mi viaje, con nuevos horizontes.

Si en la Argentina cuando algo es muy bueno dicen: Gardel con Le Pera, tendría que decir: !No se olviden de José Rafael! Que él es también sinónimo de grandeza.

¡Y qué grande! Que grande fuiste abuelo, que importante, que imprescindible.

Te quiero viejo, descansa en paz.

Rodo.